En octubre de 2015 tuve la ocasión de realizar el sueño de viajar a Islandia. Fueron muchos los motivos, no sólo fotográficos, por los que este viaje fue realmente especial. Esa sensación de conectar con un lugar en el que nunca has estado fue constante. Hoy puedo decir que viajar a Islandia es una de las experiencias más bonitas y mágicas que he tenido en mi vida.
Ya el vuelo de ida, pasada la media noche, tuvo su extraña belleza. Una franja de luz blanquecina comenzó a alzarse sobre el negro horizonte, ganando poco a poco en intensidad... y como si de un portal a otra dimensión se tratase, la aurora boreal salió a recibirnos.
Si una cosa quedó clara de Islandia es la ausencia de tiempo. No existe un ahora, un después o un momento determinado. Todo era como contemplar un recuerdo intemporal. No existe el tiempo en Islandia.
Y eso quise mostrar en las fotografías del viaje. Me aparté de la belleza y la definición extrema, que tan maravillosamente han plasmado muchos de mis colegas fotógrafos que visitan Islandia, y me centré en lo emotivo y personal; sentir en lugar de contemplar. Algunas imágenes son casi abstracciones, otras parece extraidas de un recuerdo lejano. Así serán las fotos que salpican estas líneas.
En la época de las grandes sagas, los vikingos ya consideraban Þingvellir como un lugar de importancia capital. Fue allí donde se fundó el primer parlamento democrático "moderno", entre la enorme herida que forman la unión de las dos placas continentales euroasiática y norteamericana. Tierra de mil lagos, sobrecoge el alma con los colores otoñales que visten sus páramos.
Islandia es uno de los lugares más jóvenes del planeta. Forjada entre hielo glaciar y fuego volcánico esculpe los paisajes más singulares del circulo polar ártico.
La constante actividad volcánica sobrecalienta el agua filtrada entre las rocas y provoca estallidos de vapor, que alcanzan los 80 metros de altura, en forma de géiseres espectaculares y fumarolas de azufre. Un mundo de sombras entre mares de neblinas sulfurosas.
En medio de la brutal naturaleza islandesa surgen pequeños asentamientos, como la encantadora Vík. La población más meridional de la isla, y también la más lluviosa. Con su playa de arena negra (considerada una de las diez más bellas del mundo), sus acantilados y sus Reynisdrangar; las tres agujas de basalto que antaño fuesen trolls, sorprendidos por el amanecer mientras arrastraban un barco de tres mástiles a su guarida, y que ahora contemplan el paso del tiempo hasta el fin de los días.
Y es que el folclore islandés nos acompañó todo el viaje. Está muy presente en sus vidas cotidianas y hablar de "la gente oculta", los trolls, y las selkies es algo muy común entre la gente local. Todo islandés conoce a alguien que se topó con uno de estos misteriosos seres o que directamente los acompañó a esa otra dimensión mágica de la que nunca se vuelve.
Las raíces familiares también son muy fuertes y es frecuente que la familia conozca su linaje remontándose siglos atrás.
La fuerza y el poder del agua tienen presencia en toda la isla. La cascada dorada de Gullfoss, Skógafoss (lugar donde experimente uno de los momentos más emotivos del viaje), Seljalandsfoss... son algunos ejemplos. Por supuesto, todas ellas con sus correspondientes leyendas, sus tesoros escondidos y su hipnotismo natural.
La laguna glaciar Jökulsárlón es uno de los paisajes más conocidos de Islandia. Su silencio frío y paciente mece y da forma a los milenarios icebergs. Pueden permanecer hasta 5 años en la laguna antes de emprender su lento camino hacia el océano. Seguir la desembocadura de la laguna y pasear por una playa de arena negra, llena de fragmentos de icebergs, es un espectáculo sin igual.
El parque nacional de Vatnajökull, el más extenso de Europa, encierra el campo de hielo más grande del planeta (aparte los polos). Esta inmensa masa de hielo cubre el 8% del país y se desliza en sus extremos por ríos glaciares que fluyen imperceptibles tallando montañas y cubriendo volcanes.
Además el parque cuenta con bosques de ensueño, valles ocultos, yacimientos vikingos, y el pico más alto de la isla (Hvannadalshnúkur). Destaca su enigmática "cascada negra" (Svartifoss), flanqueada por columnas de basalto.
Olvida lo que hayas leído, visto o te hayan contado; Contemplar una aurora boreal en la más absoluta oscuridad, es un espectáculo sobrecogedor. Transciende todo lo experimentado anteriormente, las piezas encajan y sientes una conexión cósmica inexplicable.
Los últimos días de viaje los dedicamos a conocer la capital más septentrional del mundo. Reikiavik es una ciudad pequeña, acogedora y cosmopolita. Con calles llenas de vida, creativa y artística.
Allí también contemplamos la aurora boreal sobre el haz de luz del Imagine Peace Tower, monumento a la paz mundial.
Y nos despedimos de Islandia con el amanecer sobre el Sólfar (viajero del sol). Una escultura en forma de drakkar vikingo, oda al sol, que evoca un territorio por descubrir, un sueño por comenzar... eso es Islandia.