Infinidad de barrios pintorescos y dispares conforman la ciudad de Lisboa. Calles estrechas y sinuosas se entremezclan con plazas y avenidas rectilíneas, edificios monumentales con decadentes barriadas de arte urbano.
Esperaba una Lisboa soleada y radiante, pero nos recibió un cielo gris, bordado en lluvia. Que lejos de influir en el espíritu de la ciudad, la dotaba de un encanto bohemio que nos acompañó hasta el final del primer día; frente a la torre de Belém y el puente 25 de abril.
La ciudad de las siete colinas tiene un gran número de miradores desde donde observar el latir constante de sus calles. Desde 1900, en su centro neurálgico, se alza la torre-elevador de Santa Justa, como un viejo robot oxidado guardián de la ciudad.
A unos metros descansan las ruinas del antiguo convento do Carmo. Antaño, mayor iglesia gótica de la ciudad y reducida a escombros tras el terremoto de 1755 y el incendio posterior que devastó la ciudad.
Otros rincones emblemáticos de Lisboa son su castillo de San Jorge, la catedral Santa María Maior y el Monasterio de los Jerónimos, donde se encuentra la tumba de descubridor Vasco da Gama.
Las calles, labradas por la huella metálica de los tranvías, son encuentro de turistas. Mientras al atardecer, las notas del fado se apoderan de cada esquina y la melancolía acompaña la puesta de sol.